No sé si fue el aroma del aceite recién prensado o la silueta de las fortalezas recortadas contra el cielo, pero algo me cautivó de la Sierra Sur de Jaén desde el primer momento. Esta comarca, al suroeste de la provincia, es mucho más que un mar de olivos. Es una tierra que susurra historias a quienes se aventuran con el corazón abierto.

Mi viaje comenzó en Alcalá la Real, donde la imponente Fortaleza de la Mota domina el horizonte. Recorrer sus murallas es viajar en el tiempo, sintiendo la presencia de civilizaciones que dejaron su huella en cada piedra.

De allí, me dirigí a Alcaudete, un pueblo que combina historia y naturaleza. Su castillo medieval y la iglesia de Santa María la Mayor son testigos de un pasado esplendoroso, mientras que sus alrededores ofrecen paisajes de ensueño para los amantes del senderismo.

En Castillo de Locubín, descubrí la esencia de la vida rural andaluza. Sus huertas y cerezos en flor durante la primavera pintan un cuadro digno de admirar, y su gente, siempre acogedora, comparte con orgullo las tradiciones locales.

Frailes me recibió con el murmullo de sus aguas y la calidez de sus habitantes. Este pequeño municipio es famoso por sus manantiales y por una gastronomía que deleita el paladar con sabores auténticos.

Continuando mi ruta, llegué a Fuensanta de Martos, un rincón donde el tiempo parece detenerse. Sus calles tranquilas y la fuente que da nombre al pueblo invitan a la reflexión y al descanso, lejos del bullicio de las grandes ciudades.