Las Villas

Impresionate con Las Villas de Jaén

Entre montañas, ríos y paisajes que quitan el aliento, Las Villas te invitan a perderte por sus pueblos llenos de esencia serrana. Descubre cada municipio, uno a uno, y déjate sorprender por sus historias, su naturaleza y esos pequeños detalles que solo se encuentran al caminar sus calles. ¿Por dónde quieres empezar tu viaje?

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No sé si fue el verde intenso de sus montañas o el murmullo de los ríos que bajan frescos entre los pinares, pero algo me atrapó en Las Villas desde el primer momento. Esta comarca, al nordeste de Jaén, es de esas que no se dejan ver a la primera: tienes que adentrarte, parar, escuchar… y entonces entiendes que aquí la naturaleza y los pueblos laten al mismo ritmo.

Empecé mi ruta en Villacarrillo, y ya desde el principio supe que estaba en un sitio especial. No solo por sus plazas llenas de vida o por sus casas señoriales, sino porque aquí, a un paso, empieza el mar verde de la Sierra de Las Villas, perfecto para los que buscamos senderos y vistas que quitan el aliento.

En Villanueva del Arzobispo descubrí un pueblo que tiene alma de cruce de caminos. Sus calles, su santuario de la Fuensanta y ese ambiente que mezcla la calma del interior con el ajetreo de quien siempre ha estado en ruta. Un sitio que te recibe con los brazos abiertos y un “quédate un rato más”.

Luego puse rumbo a Iznatoraf, y aquí el paisaje cambió. El pueblo, encaramado en lo alto, parece un mirador natural sobre el mar de olivos. Desde la distancia ya llama la atención, pero cuando entras y paseas por sus callejuelas estrechas, descubres que aquí la vida se mueve al ritmo del viento y de las campanas. Todo huele a calma, a pueblo antiguo que no necesita adornos porque le sobra autenticidad. Me senté un rato en un banco, mirando el horizonte, y entendí por qué a este sitio siempre se vuelve.

Y de ahí, bajando entre curvas y campos, llegué a Sorihuela del Guadalimar. Un pueblo pequeño, sí, pero de los que se te quedan dentro. Aquí no hay grandes monumentos, pero no hacen falta. La vida pasa entre sus calles estrechas, las puertas abiertas, los saludos de los vecinos cuando te cruzas con ellos. Me gustó perderme por sus rincones, asomarme a sus miradores y dejar que el silencio, solo roto por alguna conversación lejana, me acompañara.

Lo que más me sorprendió de todos estos pueblos es que cada uno tiene su manera de acogerte. En Villacarrillo te invitan a sentarte en la plaza, en Villanueva te suman a una charla aunque no hayas dicho ni palabra, en Iznatoraf te regalan vistas que te hacen quedarte quieto, y en Sorihuela te saludan como si fueras uno más. Aquí no hace falta buscar experiencias; las encuentras en los detalles, en la forma en la que el sol cae sobre los tejados o en la tranquilidad de una tarde cualquiera.

Y cuando crees que ya has visto todo, te das cuenta de que Las Villas no son un destino más. Son un lugar que se queda contigo, aunque ya hayas vuelto a casa. Porque aquí, entre olivares, montañas y pueblos con alma, cada paso que das es una historia que merece ser contada.